El concepto de muerte se presenta como algo abstracto y complejo, cuya comprensión varía según diversos factores como la edad, la educación, aspectos emocionales y creencias religiosas (Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte, s.f.). La comprensión de la pérdida y el proceso de duelo en niños se encuentra fuertemente influenciada por su edad o desarrollo evolutivo. Hay cinco elementos fundamentales que intervienen en la comprensión de la muerte y que van a ir cambiando con la edad. En correspondencia con Artaraz Ocerinjaúregui et al. (2017), la muerte se caracteriza por ser universal, afectando a todos los seres vivos; irreversible, ya que después de la muerte no se vuelve a vivir; no funcional, ya que el cuerpo deja de funcionar; incontrolable, ya que la muerte no depende de los pensamientos; y representa el final de la vida, generando un misterio sobre la continuidad o no de otra forma de vida.
El proceso de duelo en los niños puede dividirse en tres fases (Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte, s.f.). En la primera fase, conocida como protesta, el niño añora al ser querido fallecido y llora suplicando su regreso. En la segunda fase, denominada desesperanza, se caracteriza por la pérdida gradual de la esperanza de que el ser querido vuelva, con llanto intermitente y posiblemente un período de apatía. Finalmente, en la última fase, llamada ruptura del vínculo, el niño comienza a renunciar a parte del vínculo emocional con el fallecido y muestra interés por el mundo que le rodea. La duración del duelo en los niños puede variar desde pocos meses hasta más de un año. Conforme con Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte (s.f.), la mayoría de los niños que enfrentan la muerte de un progenitor superan el duelo sin complicaciones significativas, elaborando la pérdida de manera adecuada.
De acuerdo con Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte (s.f.), al igual que en los adultos, existen manifestaciones normales del duelo infantil, que incluyen conmoción y confusión por la pérdida, ira manifestada en juegos violentos, pesadillas y enfado hacia otros, miedo a perder a otro ser querido, vuelta a etapas anteriores del desarrollo, culpabilidad derivada de dificultades en la relación con el fallecido o creencia de haber causado su muerte, y tristeza que se manifiesta con síntomas como insomnio, anorexia y disminución del rendimiento escolar.
En los niños y niñas, predominan las manifestaciones de tipo fisiológico debido a la dificultad para expresar emociones, mientras que en los adolescentes es más común el malestar psicológico (Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte, s.f.). De conformidad con Caraballo (2020), los síntomas fisiológicos comunes incluyen falta de apetito, incapacidad para dormir, llanto, suspiros frecuentes, cansancio físico, sensación de vacío y pesadez, palpitaciones cardíacas, nerviosismo, falta de energía, retardo motor, inquietud y respiración entrecortada.
Los trastornos psicológicos en el duelo infantil son similares a los de los adultos, pero con posiblemente más ansiedad en los niños y mayores cambios en sus circunstancias vitales, como cambio de domicilio o de colegio (Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte, s.f.). Tres diferencias notables son que los niños tienden a usar más la negación, mantienen con mayor facilidad la capacidad de disfrutar de situaciones agradables y no pierden la autoestima (Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte, s.f.). En general, en correspondencia con Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte (s.f.), cuanto menor es el niño, menos se asemeja su duelo al de un adulto.
Los Niños y la Muerte: Cómo Entienden y Expresan su Dolor
Cuando los niños tienen entre dos y cinco años, suelen experimentar perplejidad y confusión ante la muerte de una persona cercana (Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte, s.f.). Intentan buscarla y no comprenden por qué no está. Además, pueden mostrar signos de regresión, como no querer separarse del cuidador, quejarse, orinarse o chuparse el dedo. Su actitud es ambivalente: a veces hacen preguntas y expresan sus emociones, y otras veces se muestran indiferentes y callados. También pueden sentir irritabilidad y rabia por sentirse abandonados, o miedo a perder a otro familiar y quedarse solos. Por eso, buscan establecer vínculos afectivos con alguien que se parezca al fallecido. Los niños menores de 3 o 4 años no tienen una idea clara de lo que significa la muerte y no la consideran como algo definitivo (Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte, s.f.). Según Artaraz Ocerinjaúregui et al. (2017) y Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte (s.f.), no entienden que la muerte es irreversible: creen que es algo temporal.
Para los niños y niñas de cuatro a siete años, la muerte no es un hecho definitivo ni irreversible, sino que piensan que los muertos conservan sentimientos y funciones biológicas (Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte, s.f.). Imaginan que el cuerpo del ser querido fallecido sigue funcionando de alguna forma, que puede sentir frío o calor, que puede oír o hablar (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Por consiguiente, en correspondencia con Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte (s.f.), pueden hacer preguntas sobre cómo se alimenta o si necesita ir al baño.
También pueden tener "pensamientos mágicos" y creer que sus malos pensamientos o deseos provocaron la muerte de su familiar (Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte, s.f.). O al contrario, pueden pensar que si lo desean con mucha fuerza, pueden hacer que su ser querido vuelva de la muerte (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Estos pensamientos mágicos pueden generar sentimientos de culpa, ya sea porque el niño o la niña se sienta responsable de la muerte o porque crea que no hizo lo suficiente para evitarla o revertirla (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). En definitiva, de conformidad con Artaraz Ocerinjaúregui et al. (2017), los niños menores de cinco años no comprenden los tres aspectos fundamentales de la muerte: que es irreversible, definitiva y permanente; que implica la cesación de todas las funciones vitales y que es universal, es decir, que nadie puede evitar morir.
Tampoco suelen llorar mucho por el duelo antes de esa edad (Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte, s.f.). Lo que más muestran es perplejidad y confusión. Por eso, preguntan una y otra vez por el fallecido: dónde está y cuándo volverá (Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte, s.f.). Los niños menores de seis años también pueden tener temores intensos que les hagan retroceder en algunos aprendizajes (Caqueo Urízar et al., s.f.). Los tres temores más comunes en el duelo infantil son: ¿Fui yo el causante de la muerte?, ¿Me pasará esto a mí? y ¿Quién me cuidará ahora? En efecto, de acuerdo con Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte (s.f.), la muerte de algún ser querido es una experiencia que cambia la forma en que el niño percibe su mundo.
Se observa que los niños y niñas de seis a nueve años niegan lo ocurrido y pueden aparentar indiferencia como un mecanismo de defensa ante la pérdida de un ser querido, lo que les permite establecer una relación imaginaria con la persona fallecida (Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte, s.f.). Asimismo, se sienten culpables, sobre todo, si no pueden expresar la tristeza que les invade. Esto genera miedo y vulnerabilidad, que pueden manifestarse en una cierta agresividad con las personas de su entorno circundante. En correspondencia con Ordoñez Gallego & Lacasta Reverte (s.f.), algunos niños asumen el papel del fallecido, como por ejemplo el cuidado de los hermanos pequeños, para sentirse más cercanos a él o ella.
Los niños mayores de seis años experimentan malestar emocional y físico, como dolor de estómago, pérdida del apetito y desregulación de las horas de sueño (Caqueo Urízar et al., s.f.). También presentan problemas de atención y concentración, enojo, problemas de comportamiento y confusión (Caqueo Urízar et al., s.f.). A esta edad, desaparece el pensamiento mágico que les hacía creer que sus pensamientos eran los causantes de la muerte o el regreso del fallecido (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Sin embargo, no es hasta los seis a siete años cuando comprenden que la muerte es irreversible y que consiste en el cese definitivo de todas las funciones biológicas. A partir de entonces, comienzan a cuestionarse si la muerte de otros o la suya es posible, aunque no será hasta los once o doce años, cuando aceptan de forma realista la propia muerte y la de los otros. Como consecuencia, conforme con Artaraz Ocerinjaúregui et al. (2017), aparecen los temores a perder su propia vida y la de sus seres queridos.
Los adolescentes experimentan cambios de ánimo y conducta, rabia, frustración y retraimiento ante la muerte de un ser querido (Caqueo Urízar et al., s.f.). Su comprensión de la muerte y la elaboración del duelo es similar a la de un adulto, pero viven las emociones más intensamente (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Les interesa lo que sucede tras la muerte, si hay o no vida tras ella. La adolescencia es una etapa de cambio y transición hacia la independencia del mundo adulto, lo que genera más conflictos en la relación con sus cuidadores. Esto puede provocar sentimientos de culpa si fallece uno de los progenitores o personas cercanas. Son conscientes de su propia muerte y pueden fantasear con ella, o incluso pensar en el suicidio como una salida a su sufrimiento o a los problemas ocasionados por la pérdida. A menudo, según Artaraz Ocerinjaúregui et al. (2017), no quieren compartir las emociones derivadas de la pérdida, por considerar que no necesitan de los demás, o por no querer mostrarse vulnerables.
No quieren ser diferentes de sus iguales, ni que se interprete su dolor como un signo de debilidad o que no sean comprendidos por sus compañeros (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Estas situaciones pueden hacer que el adolescente renuncie a vivir su propio duelo. Después del fallecimiento, tiende a ensalzar las cualidades del ser querido fallecido, olvidándose de otros aspectos no tan agradables o más conflictivos, que antes de la muerte eran motivo de crítica intensa. Finalmente, de acuerdo con Artaraz Ocerinjaúregui et al. (2017), se pueden sentir presionados para comportarse como personas adultas.
Referencias
Artaraz Ocerinjaúregui, B., Sierra García, E., González Serrano, F., García García, J. Á., Blanco Rubio, V., & Landa Petralanda, V. (2017). Guía Sobre el Duelo en la Infancia y la Adolescencia: Formación para madres, padres y profesorado. Colegio de Médicos de Bizkaia. https://www.sepypna.com/documentos/Guía-sobre-el-duelo-en-la-infancia-y-en-la-adolescencia-1.pdf
Caqueo Urízar, A., Martínez, J., & Santelices, M. P. (s. f.). ¿Cómo apoyar a niños, niñas y jóvenes frente al duelo? Cuida.uc.cl. Recuperado 29 de enero de 2024, de https://cuida.uc.cl/wp-content/uploads/2020/06/guia_duelo_infografia_nna.pdf
Caraballo, E. (2020, agosto 30). ¿Cómo Reconocer el Duelo en los Niños? Elena Caraballo. https://www.elenacaraballopsicologia.com/post/cómo-detectar-el-duelo-en-los-niños
Ordoñez Gallego, A., & Lacasta Reverte, y. M. A. (s. f.). El Duelo en los Niños (La Pérdida del Padre / Madre). Sociedad Española de Oncología Médica. Recuperado 27 de enero de 2024, de https://www.seom.org/seomcms/images/stories/recursos/sociosyprofs/documentacion/manuales/duelo/duelo11.pdf
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